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Mary Anning

Vida insólita grabada en piedra

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A principios del siglo XIX, cuando el coleccionismo de fósiles era un pasatiempo y la Paleontología no había sido bautizada como ciencia, una mujer soltera, de clase baja y sin formación hizo hallazgos que la introdujeron en los debates de la élite científica. En esos años, se asentaban los cimientos de la Geología con la recién creada Sociedad Geológica de Londres (1807), un selecto club que nunca aceptó entre sus miembros a la Madre de la Paleontología ni a ninguna otra mujer hasta 1919.

 

Mary Anning nació en 1799 en Lyme Regis, una localidad costera de Inglaterra que, 200 millones de años antes, ocupaba una posición cercana al ecuador bajo las aguas de un mar tropical. Las rocas de los acantilados, entre los que transcurrió la vida de Mary, eran ricos en fósiles del Jurásico que su padre recolectaba para completar los ingresos familiares. Su prematura muerte, cuando ella tenía sólo 11 años, abocó a la familia a vender curiosidades (ammonites y belemnites) para subsistir. De los 10 hijos del matrimonio, solo ella y su hermano Joseph sobrevivieron a la infancia. La fortuna les sonrió cuando Joseph encontró el cráneo de lo que parecía un cocodrilo. Tras un año de incansable búsqueda, Mary consiguió desenterrar el cuerpo de la extraña criatura de más de 5 metros de longitud, el primer ictiosaurio.

El reptil marino llamó la atención de los círculos científicos de Londres y la reputación de los Anning aumentó. Sin embargo, los ingresos eran exiguos y la profesión peligrosa. Requería caminar bajo acantilados en los que se producían frecuentes caídas de rocas y Joseph abandonó el oficio. En 1820, Mary encontró el esqueleto de un nuevo reptil marino, un plesiosaurio. Su cuello extremadamente largo levantó las sospechas del anatomista Georges Cuvier, que sugirió que era una falsificación. Resuelta la controversia, Cuvier rectificó y la tienda de Mary comenzó a ser frecuentada por geólogos y coleccionistas internacionales.

 

Aprendió sobre fósiles de manera autodidacta: copiaba artículos científicos, realizaba ilustraciones, diseccionaba peces y sepias… Sin embargo, sus coetáneos achacaban sus méritos a un favor divino, pues con un año de edad fue la milagrosa superviviente del impacto de un rayo. 

Mary era consciente de que los Caballeros de la Ciencia la utilizaban para ganar prestigio sin mencionarla y esta situación no cambió hasta 1828, cuando localizó el primer esqueleto de pterosaurio fuera de Alemania y el geólogo William Buckland le otorgó la autoría del hallazgo.

 

Anning falleció de cáncer muy joven, con 47 años. Sus hallazgos evidenciaron que, en eras anteriores, la Tierra estuvo habitada por especies muy distintas a las actuales, lo que cuestionó las teorías creacionistas y creó las bases de la Teoría de la Evolución que Darwin formularía 50 años después. Y aunque su obra se hizo al margen de las instituciones, su nombre quedó grabado en ellas. En la iglesia de Lymes Regis se construyó una vidriera “en conmemoración a su capacidad para fomentar la ciencia de la Geología” y la Sociedad Geológica de Londres publicó un panegírico, el primero dedicado a una mujer y el único a alguien que no había pertenecido a ella. La humilde Mary Anning había conseguido pasar a la historia.

Texto: Ana Ruiz Constán

Ilustración: Nivola Uyá

"El mundo me ha usado con tan poca consideración que me ha hecho sospechar de cualquier persona"

Mary Anning (1799-1847)

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