Marie Tharp
Luz y taquígrafos para el fondo oceánico
Hay momentos en la Historia en los que personas con ideas aparentemente descabelladas rompen los esquemas hasta el momento establecidos y nos ofrecen una nueva forma de mirar y entender el mundo. Marie Tharp hizo frente a prejuicios y desprecios para poner luz y color al 70% de nuestro planeta, descubriéndonos los misterios que permanecían ocultos bajo el agua de los océanos.
Nació en Michigan (EEUU) en 1920, en una familia que aunaba el amor por las ciencias y por las letras. Quiso estudiar literatura, pero solo admitían hombres, así que se graduó en inglés y música. Era consciente del futuro que le esperaba siendo mujer: maestra, secretaria o enfermera; y eligió la primera opción. Sin embargo, en 1943, inmersos en la II Guerra Mundial tras el ataque a Pearl Harbor, la escasez de hombres favoreció la apertura de nuevos campos profesionales. Marie se inscribió entonces en un máster sobre geología del petróleo y trabajó algunos años en la industria como una de las primeras Petroleum Geology Girls.
En 1948, dejó su puesto en la petrolera y probó suerte en Nueva York. Pese a sus másters en Geología y Matemáticas, solo pudo optar a un puesto de delineante en la Universidad de Columbia. En esos años de Guerra Fría, el gobierno de EEUU inyectó grandes cantidades de dinero para el estudio de los océanos y Marie se dedicó, junto al geólogo Bruce Heezen, a localizar aviones militares hundidos.
Más tarde, comenzaron a cartografiar el fondo del Atlántico Norte en una colaboración que duró 25 años. Bruce adquiría los datos a bordo del barco y Marie los interpretaba en tierra, ya que las mujeres tenían prohibido embarcar.
En 1953, mientras dibujaba, descubrió que en medio de la dorsal Atlántica había una gran grieta (rift) que, por sus cálculos, debía ser enorme. Consciente de que el descubrimiento era revolucionario, comprobó varias veces sus resultados. Su compañero Bruce despreció inicialmente el hallazgo calificándolo de “charla de chicas” y hubo de pasar un año de sonoras discusiones y nuevas evidencias para que diera su brazo a torcer y reconociera que la “chica” tenía razón. El descubrimiento no era baladí, puesto que descartaba la hipótesis imperante de la Expansión Terrestre y daba credibilidad a una teoría hasta entonces despreciada, la Deriva Continental.
Al mapa del Atlántico Norte le siguieron el del Atlántico Sur, el del Índico, el del Antártico y, finalmente, el de la totalidad del fondo oceánico en 1977. Los océanos nunca volverían a ser una mancha azul uniforme y monótona. Sus mapas revolucionaron el pensamiento geológico y dieron luz a la teoría de la Tectónica de Placas. Sin embargo, su contribución fue silenciada y la comunidad científica no reconoció sus hallazgos hasta la década de los 90. Pese a esto, Marie nunca se abandonó al desánimo ni al resentimiento porque tenía ante sí un reto emocionante: “un lienzo blanco que llenar con extraordinarias posibilidades, un rompecabezas fascinante que armar. Eso ocurriría sólo una vez en la vida, una vez en la historia del mundo. Hubiera sido una oportunidad para cualquier persona, pero especialmente para una mujer de la década de 1940”. Y supo aprovechar la oportunidad con creces.
Texto: Ana Ruiz Constán
Ilustración: Nivola Uyá
“Les dejé discutir y me dediqué a hacer mapas. Corroboré el viejo dicho de que una imagen vale más que mil palabras”
Marie Tharp (1920-2006)