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Mareta Nelle West

La luna a nuestros pies

¿Cuántas veces no se habrá pronunciado la frase si me lo pides te bajo la Luna? Mareta West no bajó el satélite terrestre pero lo estudió y seleccionó el lugar donde posaría sus pies el primer astronauta que alunizó en 1969. Sin duda su trabajo fue un pequeño paso para las geólogas, pero un gran salto para la humanidad.

 

Su historia comenzó 57 años antes, en el estado de Oklahoma (EEUU), donde nació en 1915 en el seno de una familia de pioneros estadounidenses. Varias décadas antes, sus abuelos habían emigrado al oeste para asentarse en territorio indio, como parte de la repoblación de tierras llevada a cabo por el Estado tras el desplazamiento de los indígenas americanos. Mareta se crio en las ciudades de Tulsa y Oklahoma City y, a la edad de 22 años, se licenció en geología en la Universidad de Oklahoma donde fue miembro de la sororidad Kappa Kappa Gamma.

Fue pionera no sólo por tradición familiar sino también por su empeño personal. En los inicios de su carrera, en los años 40, Mareta trabajó más de una década como geóloga petrolera en la floreciente industria del petróleo y del gas. Fue la primera geóloga consultora de Oklahoma antes de convertirse en la primera geóloga contratada por el Servicio Geológico de Estados Unidos en Arizona, en 1964.

 

Dos años antes, en plena Guerra Fría con la antigua Unión Soviética, el presidente John F. Kennedy había pronunciado el discurso que daría el pistoletazo de salida a la carrera estadounidense hacia la Luna, cuya superficie y geología era todavía una gran incógnita. El desafío de EEUU a la URSS, que hasta entonces había demostrado su supremacía espacial, convertiría a Mareta West en la primera astrogeóloga. Fue la única mujer en el Equipo Experimental de Geología de la NASA que preparó el primer aterrizaje lunar tripulado, la misión Apolo 11.

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Participó en la elaboración de los mapas que se utilizaron para el entrenamiento de los astronautas y fue la responsable de cartografiar y señalar el punto más idóneo (al sur del Mar de la Tranquilidad) donde alunizaría el frágil módulo de aterrizaje Eagle, en el que viajaban Amstrong y Aldrin en julio de 1969.

Mareta defendió sin reservas la investigación espacial como una vía para “descifrar gran parte de lo que permanece desconocido sobre nuestro propio planeta”. Tras el regreso del Apolo 11, se dedicó al estudio de la información, muestras de rocas y fotografías que los astronautas recopilaron y siguió involucrada, hasta su jubilación, en la evaluación y selección de lugares de aterrizaje para las siguientes misiones a la Luna y Marte. Murió en 1998, casi 30 años después de aquel gran desafío científico y tecnológico. Tras su muerte sus cenizas viajaron al espacio, ese lugar con el que tanto soñó.

Texto: Ana Ruiz Constán

Ilustración: Nivola Uyá

“Estudiar geología otorga una excelente perspectiva y ayuda a comprender que una vida es apenas un instante en la historia de nuestro planeta”

Mareta Nelle West (1915-1998)

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